Se sabe: los géneros cambian, se transforman, mezclan y dan origen a formas híbridas y nuevas, a veces tan amplias que las definiciones se complican y vuelven obsoletas. Seguimos hablando de géneros, pero nos referimos a cosas distintas, ajustamos las categorías (o al menos lo intentamos) para que den cuenta de la diversidad enorme que colma los lenguajes, artísticos y de los otros. Decir hoy ciencia ficción es nombrar una configuración mucho más extensa y borrosa que hace cuarenta años, capaz de entrar en diálogo sin mayores problemas con otros géneros como la aventura, el policial o la película adolescente. Sin embargo, al menos dentro de los confines del cine, hay un cambio de otro orden: la ciencia ficción, un género históricamente menor que durante mucho tiempo supo sobrevivir y crecer en los baldíos poco glamorosos de la clase B hollywoodense (por lo menos así lo quiso el reparto de jerarquías de la Historia del Cine con mayúsculas), ahora se cobra revancha y vuelve para ocupar una posición de privilegio dentro del cine industrial y a hablarle al gran público. La tendencia se remonta algunos años atrás, pero este 2013 deja su estampa en la cartelera local con una buena cantidad de tanques y películas grandes que de una u otra manera recalan en la ciencia ficción.
Curiosamente, el arco que marca el salto mainstream más reciente del género puede medirse con dos películas de un mismo director. En 2009, el sudafricano canadiense Neil Blomkamp filmó Sector 9 , una película independiente que pudo contar con un nivel nada despreciable de efectos especiales y viajar a las pantallas de todo el globo gracias al apoyo de Peter Jackson como coproductor. Blomkamp regresa ahora con Elysium , una producción industrial tamaño XL con estrellas y difusión masiva que, incluso con varios aciertos, parece haber olvidado todo lo hecho por su antecesora. Todo lo que en Sector 9 había de incorrección política y agresión visual, Blomkamp lo pule y utiliza con un objetivo muy preciso; objetivo que, a su vez, resulta ser uno de los puntos más polémicos del género: hacer un comentario en clave sobre las desigualdades de la sociedad. Podría decirse que la ciencia ficción siempre se inclinó por la distopía que refiere crí(p)ticamente al mundo cotidiano, pero también es cierto que las mejores películas del género fueron las que podían integrar esa crítica de manera sutil y sin atentar contra el universo construido en la pantalla. Con el paso de los años, las más interesantes son aquellas que, por su ambigüedad y falta de un mensaje explícito, pudieron ser leídas en múltiples direcciones, incluso desde perspectivas opuestas (fue el caso de La invasión de los usurpadores de cuerpos , el clásico de Don Siegel que en plena Guerra Fría fue visto como una alerta sobre los peligros del comunismo y, al mismo tiempo, una denuncia de la homogeneización social del capitalismo).
Sector 9 también jugaba con una ambigüedad incómoda que el género parece haber olvidado cuatro años después. La prueba de esa incomodidad es el aprieto en el que la película puso a los críticos: la gran mayoría interpretó la ópera prima de Blomkamp como un manifiesto en contra del apartheid sudafricano y la discriminación racial, allí donde la película colocaba a un montón de extraterrestres desagradables, violentos y tontos (incluso pudieron leerse menciones al Holocausto y la cárcel de Guantánamo). Ese trastabillar de la crítica, tan acostumbrada a jugar el juego de la metáfora y los reemplazos, quedó en evidencia por obra de una película de una libertad notable que parecía trabajar en contra de la historia del género y sus lugares comunes; donde siempre había habido lectura edificante, Blomkamp apostaba a un demoledor humor negro que se resistía a conformar una alegoría desencantada del mundo.
Elysium , en cambio, hace lo que en Sector 9 era impensable: humaniza a las víctimas, muestra en primer plano su dolor y las injusticias de una sociedad apenas distópica en la que los ricos siguen estando “arriba”, en una instalación espacial alejada de las enfermedades y el hambre, y los pobres “abajo”, en un planeta Tierra diezmado por la contaminación y la pobreza. Si la primera película atrajo la atención de Peter Jackson y podía relacionarse con el cine de David Cronenberg y Paul Verhoeven (en especial con esa maravilla que es Starship Troopers ), la segunda viene a conformar algo más parecido a una ciencia ficción de qualité : prolija en su factura, solemne, con temas “importantes” y lo suficientemente subrayada como para que a nadie se le escape el contenido de la denuncia.
En la vereda de enfrente de Elysium está Oblivion , dirigida por Joseph Kosinski a partir de una novela gráfica suya que no llegó a publicarse. La película pareciera estar enhebrando un comentario sobre el control social, el agotamiento de los recursos naturales y el falso bienestar que encubre la aniquilación del otro, pero el mensaje resulta tan vago e indefinido que se percibe casi como una excusa; las verdaderas intenciones de Kosinski son el elaborar un mundo propio y volver creíble el relato de Jack, un soldado con la tarea de defender las torres desde las que se extrae agua para el paraíso espacial Oblivion. El discurso pretendidamente ecologista de Oblivion sirve de soporte a un relato preocupado sólo por su coherencia interna: aquí no importa trazar una línea nítida entre buenos y malos que remita a la vida cotidiana como en Elysium sino acompañar al héroe en su recorrido hacia la toma de conciencia y la rebelión.
Si Oblivion tiende puentes entre la ciencia ficción y el cine de acción, La huésped de Andrew Niccol sintoniza con la misma estética adolescente de Crepúsculo y constituye una muestra de la elasticidad actual del género. La historia de una humanidad colonizada físicamente por alienígenas (las llamadas “almas”) y mejorada gracias a ellos es desaprovechada en pos de cumplir con las exigencias de la novela de Stephanie Meyer (la misma escritora de los libros de Crepúsculo ). La tarea consiste en reducir el género a su mínima expresión dejando en primer plano el conflicto de una protagonista escindida que lucha y dialoga con el “alma” que la posee, pero este recurso no es otra cosa que una variante de la histeria y pacatería sexuales que ejercían hasta el cansancio los protagonistas de la saga de los vampiros.
Mientras que La huésped se apoya en un aburrido diálogo interior, en Después de la Tierra , M. Night Shyamalan demuestra que entiende el género en términos verdaderamente físicos, de extenuación y gasto corporal. Aunque parezca increíble, el mismo director cerebral y grandilocuente de Señales y La aldea realiza la película estadounidense más muscular desde Apocalypto , esa bestia inclasificable y majestuosa de Mel Gibson. El indio plantea un conflicto de padre e hijo que se expresa y resuelve en movimiento: en un futuro distante, un alto comando militar y su hijo asustadizo y tímidamente díscolo se estrellan en la Tierra, un planeta abandonado a su suerte y repleto de peligros. El padre queda paralizado por una herida, y el hijo debe salir a la superficie a medirse con un medioambiente hostil; con esa premisa, Después de la Tierra se sirve de la ciencia ficción como escenario para las excursiones propias de la película de aventuras y de supervivencia.
El otro gran estreno de ciencia ficción del año fue la secuela de una franquicia siempre condenada al fracaso en la taquilla local: se trata de Star Trek: En la oscuridad , de nuevo a cargo del gran J. J. Abrams (también responsable de Fringe , serie que cruzó el policial y el thriller con la ciencia ficción). A la par del futuro distópico, el otro gran motivo del género es la tecnología, sus usos y su potencia; en Star Trek, esa eterna preocupación por la técnica se materializa en los problemas que implica mantener en el espacio el gigante galáctico Enterprise, personaje de igual importancia que los protagonistas. El guión apuesta al contraste entre el carácter pasional e intempestivo de Kirk y la postura racional y distanciada de Spock y, al menos en este sentido, otro estreno que adscribe al género como la animada Héroes del espacio puede ser visto como una parodia amable de esos antagonismos y de la misión con ínfulas antropológicas del Enterprise. También hubo casos como el de C loud Atlas , ese desparejo monstruo de muchas cabezas que abreva en el género en más de uno de sus relatos; o el de Titanes del Pacífico , la gran película de Guillermo del Toro que entra en la ciencia ficción por la vía del mecha, el subgénero de robots de origen japonés.
Las propuestas son múltiples y las películas van a buscar el género a los lugares más insospechados y con los fines más diversos, pero a grandes rasgos puede decirse que la cuestión sigue siendo la misma de siempre: un género como la ciencia ficción puede ser comprendido como pálido reflejo en clave de la vida como ya la conocemos y que nos permite afirmarnos en nuestros prejuicios, o como objeto estético que vale por sí mismo y que nos invita a ejercitar la imaginación y a pensar que otros mundos son posibles.